La mañana del domingo 18 de diciembre estaba ventosa y el horizonte gris, pero no nos amilanó la climatología para celebrar nuestro Belén de las Nieves. En diversos coches, salimos familias jóvenes del Parteluz de toda la vida y un puñado de adolescentes hacia el puerto de la Mazorra, en el valle de Valdivielso. Dejamos los coches en un camino de aerogeneradores, nos abrigamos bien e iniciamos la ruta hacia la gran roca donde pondríamos el belén.
A pesar del ingrato viento húmedo, enseguida se fueron animando las conversaciones entre los mayores, y las carreras hacia aquí y hacia allá entre los más pequeños. Dos eran tan pequeños que iban en su silla empujados por padres y amigos.
Atravesamos un melancólico bosque de pinos y robles antes de encarar la subida final. Los dos niños de las sillas, a pesar de vientos y baches, o quizás por ellos, llegaron completamente dormidos a la roca en la que íbamos a colocar el belén.
Belén de las Nieves: revivir la primera Navidad
Cantamos villancicos y con una pequeña dinámica tratamos de revivir la primera Navidad. Nos hicimos las fotos de rigor, en las que aparecen rostros encapuchados y sonrientes. El breve acto fue muy bonito a pesar del frío. Como un viento ingrato nos incordiaba con su excesiva presencia, bajamos a almorzar al bosque. Allí apenas corría el aire. Entre unos y otros, compartimos esos sabrosos dulces y embutidos de los que es tan pródiga nuestra tierra.
Volvimos a los coches para dirigirnos a la hospedería del convento Santa Clara. Por un misterio que nadie ha sabido resolver, la furgoneta, que salió la última del puerto, llegó la primera al aparcamiento del convento sin haber adelantado a ninguno de los coches.
Aunque no hacía mucho tiempo del almuerzo, siempre es buen momento para paladear las viandas que unos y otros llevan: el vino de aquí, el guiso de allá, el fiambre de no sé qué otro lado, los buñuelos de la abuela, las pastas de las monjas… Niños y grandes comimos más de lo que nos convenía.
Pasamos a saludar a las hermanas que nos recibieron cantando un villancico con ese arte tan especial que ellas tienen para la música. Charlamos un poco de todo. Los niños les dedicaron varios de sus dibujos. Cantamos algún villancico juntos. Y antes de que se hiciera de noche volvimos a los coches para dirigirnos a Burgos. Un verdadero día de invierno y un verdadero día de Navidad. Dificultades exteriores y alegría compartida entre todos. Al próximo año, más.