El sábado 30 julio, a las 6 de la tarde, salimos un puñadito de integrantes de Parteluz camino de Duruelo de la Sierra, el pueblo de Soria que ve nacer el Duero.
Como íbamos con tiempo, visitamos Castroviejo, unas peñas de conglomerado con formas caprichosas que, desde la altura, contemplan Duruelo, al otro lado de Urbión. Los espesos pinares de pino albar nos rodeaban y cubrían toda la extensión que podíamos abarcar con la vista desde el mirador.
A última hora de la tarde subimos por el camino de Fuente del Berro hasta la construcción que llaman el bunker. De ahí por laderas empinadas de espeso pinar llegamos a un espacio relativamente plano que iba a convertirse en el dormitorio de nuestro vivac a 1850 metros de altura.
Cenamos con la última luz del día, disfrutando de lo que cada uno llevaba, y del queso y chorizo que nos compartía Nicolás para celebrar su cumpleaños. Tras la cena, la ritual lectura de La tierra de Alvargonzález, el romance-leyenda que Antonio Machado ambientó en aquellas tierras, los avisos para el día siguiente y la canción de la noche.
Ya estaba refrescando y el cielo, a esa altura y sin contaminación lumínica, rebosaba estrellas. Apetecía poco acostarse, pero había que hacerlo porque el descanso nocturno iba a ser breve.
Camino nocturno al Urbión
A las 5 de la mañana nos despertamos y recogimos sacos y útiles personales para ponernos en camino. Atravesamos espesuras, pinares y pedreras hasta llegar a la cuerda en la que ya apenas hay vegetación. Dejamos a nuestra espalda las luces, que desde la altura parecen de juguete, de los pueblos serranos. La primera luz empezaba a asomar por el horizonte en forma de una intensa línea rojiza. Entonces se dio la sorpresa: el valle del Ebro estaba cubierto de nubes por debajo de nosotros. A nuestros pies, un enorme mar de nubes cubría el norte dejando a las montañas como islitas que flotaban en él.
Enseguida llegamos a las Peñas del Camperón y desde ellas contemplamos a nuestros pies, en una caída casi vertical de doscientos metros, la laguna de Urbión, que pertenece a La Rioja. Por los impresionantes murallones de conglomerado llegamos al pie de Urbión. Nos esperaba el esfuerzo final.
A poco de llegar a la cumbre apareció el círculo de fuego en el horizonte. En silencio contemplamos como emergía lentamente y dejaba que se le mirara. Absortos por el momento permanecimos con los ojos puestos en la bola de fuego hasta que empezó a hacer daño a la vista. Hicimos las fotografías de rigor y bajamos hasta una lagunilla para desayunar.
Antes de que el sol empezase a calentar, descendimos hasta la Laguna Negra de Vinuesa, espectacular hundimiento del terreno que ha cubierto el agua que baja de desde las cumbres. Ni a los más imaginativos pintores románticos se les habría ocurrido un paisaje semejante. Paredones verticales que caen a la laguna y han sido colonizados en las grietas más inverosímiles por pinos o servales que quieren mostrarnos que lo imposible no existe para ellos.
En la laguna nos refrescamos un poco antes de iniciar la parte más dura de nuestra travesía: la vuelta. Debemos tomar casi tanta altura como la que hemos descendido, pero ahora con sol.
El nacimiento del Duero
Para no repetir la ruta subimos hacia la Laguna Helada y de allí hacia la pista que desde Covaleda llega al pie de Urbión. Debajo de los paredones de la cumbre llegamos al nacimiento del Duero, el brote de agua más alto del que luego será un señor río, este año, casi inexistente por la sequía. Estamos a más de dos mil cien metros.
De allí descendemos por una senda señalizada que nos conduce a la Fuente del Berro. De allí bajamos al parque que Duruelo tiene junto al recién nacido Duero. Comemos, nos refrescamos en el río y descansamos antes de emprender la vuelta. Paramos en Salas de los Infante para comentar lo que ha sido la experiencia y a media tarde estamos de vuelta en Burgos.
Un día muy largo, muy lleno de luz y de paisajes impresionantes, rebosante de satisfacción. ¡Hasta el próximo año, Urbión!