El domingo 21 de abril, aprovechando el puente de nuestra comunidad autónoma (por el festivo 23 de abril), salimos con la furgoneta a un pueblecito a poco más de 20 kilómetros de Burgos: Monasterio de Rodilla. El cielo estaba despejado con ese azul precioso de la primavera, pero corrían rachas de un viento frío, también propio de la primavera burgalesa.
Aparcamos junto a la fuente de la iglesia y enseguida encaramos las primeras rocas que cierran el valle del pueblo. En poco tiempo veíamos por debajo de nosotros el tejado de la iglesia. Las rocas estaban abrazadas por multitud de plantas de diversos tipos que con las lluvias de la primavera se habían animado a crecer en tan ásperos roquedos.
La subida, aunque no era larga, sí era exigente y nos quitó las ganas de hablar y reír que traíamos. Pronto remontamos la ladera rocosa y nos colocamos por encima del valle por el que transcurre la autopista que va a Francia. Por encima de ella reconocimos, en unas lomas de cumbre plana que veíamos al lado contrario del valle, el perfil de una antigua población prerromana que construyó sus defensas allí. Fueron los autrigones, bravo pueblo que hizo difícil la conquista de su villa fortificada, Tritium, a las legiones romanas.
Al coronar la ladera nos encontramos una fila de aerogeneradores que desdicen de la belleza y la historia de esos lares. Es el tributo a la ecología. Caminando un poco menos de dos kilómetros por lo alto de las peñas llegamos a las ruinas de un castillo del siglo XI, cuando Castilla hacía frontera con el reino de Navarra en los tiempos de Sancho el Mayor.
Ermita de Nuestra Señora del Valle
Echando las manos llegamos a lo más alto de lo que fue una torre del homenaje hundida sobre ella misma. La vista desde allí es épica: una multitud de matices verdes en varios paisajes sucesivos. A los pies, el valle de Santa Marina y la ermita románica de Nuestra Señora del Valle; detrás, en el siguiente valle, la autopista A1 camino de Francia, coronada por el recuerdo de Tritium; Un poco más allá, unos cuantos pueblecillos del valle del río Oca; y cerrando el horizonte, las cumbres de la Sierra de la Demanda, todavía con algo de nieve. Una vista fantástica.
Entre todos, compartimos el almuerzo que llevamos cada uno, pues las cuestas han abierto el apetito. Un poco de fiambre, unos frutos secos, un intenso chocolate negro, unos zumos… Repuestos de los reclamos del estómago, dedicamos unos minutos a beber lo que nos rodea.
Serafín nos anima a relajarnos y hacernos conscientes de nuestra corporalidad. Y desde ella dejarse acariciar por el viento y el sol, disfrutar de los cantos de los pájaros en su época de celo, percibir la vida que hay en el pueblo y que llega hasta nosotros, reconocer la multitud de matices que puede tener el verde de la naturaleza, disfrutar de los juegos de colores que el sol propicia, hacernos conscientes de la historia de la que formamos parte, percibir el bullir humano en las casas de los pueblos que contemplamos, de los coches y camiones que vemos en la autopista, de las voces que percibimos en el valle… Desde nuestra corporalidad, captar y agradecer la vida que nos rodea.
Iniciamos la bajada, no por el centro del valle, que es la senda natural, sino pegados a las rocas para contemplar los espectaculares extraplomados de los estratos calizos sobre los que está asentado el castillo. Alguna culadita hay en la bajada; es lo esperable y anima la charla y la risa de los demás.
Junto a la ermita románica bebemos del arroyo que allí mismo nace y charlamos un poco sobre los proyectos para el campamento de verano. Después rodeamos la ermita y nos fijamos en las lindezas románicas de su construcción y de sus adornos y canecillos. Casi novecientos años nos contemplan.
Finalmente tomamos el camino directo al pueblo. Ahora contemplamos el mismo valle desde abajo. Las conversaciones y las risas surgen espontáneas. Da gusto estar entre amigos y hablar de todo y de nada. Antes de que nos demos cuenta, ya estamos en el pueblo. Aunque no nos apetece en absoluto, nos metemos en la furgoneta e iniciamos la vuelta para comer en casa. Una mañana preciosa de naturaleza, deporte, amistad, paisajes, historia, risas y sueños compartidos. No se puede conseguir más en menos tiempo.