Por diversas razones, solo nos animamos nueve personas al Belén de las Nieves. Justo la furgoneta de Parteluz al completo. En el camino nos encontramos toda la naturaleza cubierta de la capa blanca y brillante de la escarcha y, a lo lejos, las montañas nevadas entre Burgos y Cantabria.
Al llegar al Puerto de la Mazorra nos encontramos con el espectáculo impresionante y poco frecuente de un mar de nubes. Para disfrutar de este paisaje cambiamos de planes yen vez de subir a Peña Alta, nos dirigimos a las peñas de la Ermita de San Cristóbal (de la que apenas queda nada) porque está justo encima del Valle de Valdivielso y éste estaba ocupado por un impresionante mar de nubes. A nuestros pies contemplamos como las nubes ascendían por las laderas como si fuesen olas del mar a cámara lenta para después deshacerse.
Como el mar de nubes también ocupaba el valle de Villarcayo y de todo el río Nela, las cumbres de la Sierra de la Tesla parecían islas dentro del mar.
Tras disfrutar del paisaje y hacernos fotos, colocamos el belén y cantamos un montón de villancicos. Sobre nuestras cabezas lucía un sol espléndido en un cielo azul y daba gusto estar allí. Fue un rato sencillo, pero de una alegría grande en el simple disfrutar del momento que estábamos viviendo.
Como no podía ser de otra manera, disfrutamos de un grato y compartido almuerzo. Todos, menos el conductor de la furgoneta, descendieron al Valle de Valdivielso por el Barranco de las Hoces y tuvieron la experiencia de perder la luz del sol e introducirse en la nube a medida que bajaban. En Valdenoceda se encontraron con la furgoneta y se dirigieron al Convento de Santa Clara.
Comida en un caliente comedor de porte castellano seguida de larga sobremesa llena de anécdotas y de risas, como suele pasar cuando se está a gusto. Las hermanas nos recibieron en un locutorio de aire señorial, no en vano el convento fue fundado por los Condestables de Castilla y es Monumento Nacional. Además de villancicos compartimos un diálogo especialmente intenso por el testimonio personal de una hermana.
Cuando empezaba a anochecer y la niebla volvía a adueñarse de todo, iniciamos la vuelta. La hora larga de viaje fue un continuo cantar y cantar. La verdad es que volvíamos llenos de alegría por el día tan completo y tan hermoso que habíamos pasado.