Aunque el día típico del Belén de las Nieves suele ser el domingo anterior a Navidad, diversas razones nos llevaron a retrasarlo al 29 de diciembre. Salimos once valientes (la predicción meteorológica era adversa) hacia los valles del norte. Como ya es típico de los últimos años, nos paramos en el puerto de la Mazorra, el de las muchas curvas sobre el hermoso Valle de Valdivielso.
En animada charla, tomamos la pista de los aerogeneradores caminando hacia el oeste, que pronto se empinó hacia el norte. El cielo estaba cubierto y amenazaba lluvia, pero no pudo con nuestro ánimo.
A medida que ascendíamos, la niebla nos envolvió con su característica caricia de humedad. Pronto los cabellos se llenaron de gotitas mínimas de agua. Antes de llegar a los aerogeneradores dejamos la pista y por vegetación rastrera, típica de las alturas, caminamos hasta una enorme roca exenta que, a modo de menhir prehistórico, se destacaba en la ladera. En una hendidura a poco más de metro y medio de altura colocamos el belén. Nos envolvía la niebla con su manto gris, triste y húmedo; y no nos permitía descubrir la belleza de las Merindades y de las montañas del norte de Burgos.
La felicidad inocente de los niños
Serafín motivó el acto recordándonos esa experiencia que compartimos casi todos en nuestra cultura cuando llegan los días de Navidad: el deseo de una felicidad inocente, una vida sin muros ni reservas, una felicidad como la de los niños; y esos deseos de ser buenos y hacer el bien. A continuación, cantamos unos cuantos villancicos tradicionales con el apoyo de unos folios (¡que pena que vayamos olvidando la letra de estas hermosas canciones navideñas!). A pesar de la niebla, fue un rato bonito, como de inocencia recuperada. Lo tenemos que dejar porque el frío y la humedad nos van penetrando.
Posponemos el almuerzo hasta quedar por debajo de la niebla. En un recodo del camino y con las nubes unos pocos metros por encima, compartimos las viandas. Como no hay madres, no hay caldos calientes, pero nos consolamos con embutidos, snacks y dulces industriales, no muy sanos, pero ¡qué importa cuando se tiene un metabolismo que lo pule todo!
Visita a las hermanas clarisas
Una ligera lluvia se inicia cuando hemos acabado, como si no quisiera molestar nuestro almuerzo. Tomamos los vehículos y bajamos a los meandros del Ebro camino de Medina de Pomar. Allí nos esperan las hermanas clarisas.
En un locutorio calentito, nos reciben con una bandeja de exquisitos dulces elaborados por ellas. De nuevo, ponemos en funcionamiento nuestro sistema digestivo y compartimos lo que cada uno ha llevado. Tras la comida un rato de juegos al calor (fuera sigue lloviendo) hasta que aparecen las hermanas cantando un villancico.
Durante un rato compartimos experiencias, villancicos, recuerdos y muchas risas ¡cuánto se ríen estas hermanas! A pesar de lo distintas que son nuestras vidas, nos sentimos muy gratamente acogidos por estas mujeres de todas las edades.
Antes de caer la noche damos un paseo hasta las torres de los Velasco que caracterizan la imagen de Medina de Pomar. Allí descubrimos un árbol de caquis, extraño en las tierras burgalesas, y alguno no puede reprimir el deseo de probarlos y se sube al murete de la valla para coger unos cuantos (la finca parece abandonada).
Vueltos al monasterio, comentamos lo que nos ha parecido la experiencia del Belén de las nieves. Todo el mundo está contento. También hablamos de las próximas actividades de Parteluz hasta que nos damos cuenta de que se está haciendo tarde, ya es noche cerrada y hay que volver a Burgos. Con un poco de pena, subimos a los vehículos e iniciamos la subida a los páramos que nos separan de Burgos. Un día sencillo y hermoso de Navidad y de familia.