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Así de bien lo pasamos en el embalse de Alba

El sábado 29 de octubre, aprovechando el tiempo casi veraniego que daban para el puente de Todos los Santos, salimos once de nosotros a hacer la ruta del embalse de Alba. Como prometía la previsión meteorológica, a la llegada a la ermita de Villafranca Montes de Oca, ya se podía caminar en manga corta.

Iniciamos la ruta internándonos en el hermoso desfiladero del Oca entre paredones calizos y diverso arbolado revestido de cálidos colores otoñales. Parece mentira que este hermoso desfiladero esté tan cerca de las llanuras burgalesas. La explicación del profundo cambio paisajístico la encontramos en que este pequeño río, que nace a los pies del Trigaza con su más de dos mil metros, se encamina al Ebro y en poco recorrido tiene que bajar a los valles de la depresión del gran río.

Pronto llegamos a la presa que cierra el desfiladero y forma el embalse del humilde río que es el Oca. Ascendemos por las escaleras laterales (un buen momento para la taquicardia) y llegamos a la parte superior donde podemos contemplar el lago, un tanto bajo por la falta de lluvias de este año. Y al fondo, las montañas de la Demanda, todavía sin nieve. Un hermoso paisaje.

Rodeando el embalse de Alba

Por la derecha de la presa comenzamos a rodear el embalse, primero por carretera, después por el camino que lleva a Alba, el pequeño pueblo abandonado hace unos sesenta años. Es un tramo ideal para ir charlando en pequeños grupos. En Alba contemplamos los muros comidos por la maleza y la arruinada fuente pública que todavía prohíbe lavarse allí a los hombres porque es solo para las mujeres.

Después, ya no hay camino, solo sendas que ascienden hacia un hayedo otoñal y mágico. Cuando lo coronamos, aprovechamos para descansar y almorzar. Ya casi hemos rodeado el embalse, que queda a nuestra derecha y contemplamos a nuestra izquierda las cumbres de la provincia burgalesa.

Descendemos al río para cruzarlo e iniciar la ruta de vuelta por el otro lado del embalse. De nuevo debemos ascender y llegamos al punto más elevado de nuestra marcha, lugar perfecto para hacer fotografías del embalse y de las montañas. Y, como es lógico, aprovechamos para inmortalizarnos e inmortalizar la belleza del entorno. Realmente se disfruta del lugar. Aunque ya tenemos hambre por la hora, no nos importa demorarnos deteniendo nuestra mirada aquí y allá.

Por otro hayedo iniciamos el descenso. Al cambiar de orientación se convierte en un robledal con algunas manchas de pinos. En cualquier caso, un bosque hermoso. Salimos a la fuente de san Indalecio. La leyenda dice que este santo formó parte de los siete varones apostólicos que con Santiago evangelizaron la Península y que en la fuente sufrió martirio. La gente del lugar dice que esa es la razón del color rojo de algunas de las piedras de la fuente.

Ermita de Oca

Llegados a la ermita de Oca, que recuerda el primer obispado que tuvo Burgos, comemos a su sombra porque el sol calienta de una manera anómala para la fecha. Aunque no hemos hecho muchos kilómetros, sentimos el cansancio de la ruta y de la hora, y la satisfacción de la amistad compartida y de unos hermosos paisajes de otoño.

De vuelta a Burgos nos paramos en San Juan de Ortega. Encontramos la iglesia románica cerrada y nos consolamos tomando un café en la taberna de los peregrinos del camino de Santiago. Aunque nosotros ahora no somos peregrinos, damos el pego por nuestra pinta.

A las cinco de la tarde estamos en Burgos después de haber disfrutado de una hermosa ruta, de los colores del otoño en árboles y arbustos, y de la conversación y la broma con los amigos.

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