Ya es mala pata, pero el día anterior a ir a Urbión para ver amanecer, las predicciones meteorológicas daban fuertes tormentas por la noche, así que tuvimos que renunciar a vivaquear en los pinares de Duruelo de la Sierra.
Cambiamos el día por una excursión por las tierras del río Arlanza. Salimos hacia las ruinas del monasterio de San Pedro de Arlanza. Allí aparcamos y bajamos junto al río, cerca de Fuente Azul. La aventura del día consistía en internarnos en una cueva que solo se puede visitar en verano porque en invierno un río corre por ella. Entramos agachándonos y atravesando una nube de mosquitos. Como era una cueva con emociones no faltó el barro con sus resbalones, los corredores estrechos, las bóvedas elevadas con sus estalactitas y estalagmitas, la colonia de murciélagos que se despiertan con nuestras linternas y vuelan como locos a nuestro alrededor.
Acabamos nuestro camino en un punto en el que había que seguir por la corriente del Arlanza subterráneo y eso era demasiada aventura. Quisimos hacer un poco de silencio en la última bóveda para oír el silencio roto por alguna gota de agua, pero el nerviosismo de algunas no lo permitió. Como no teníamos una cámara buena, las fotos que hicimos en esta hermosa bóveda no valen para casi nada.
Chapuzón junto a la Fuente Azul
Al salir comprobamos el barro que llevábamos encima, nos reímos de nosotros mismos y de los que no tenían recambio. Descendimos al Arlanza para darnos un buen chapuzón junto a la Fuente Azul, un sifón, una surgencia vertical de agua que como tiene muchos metros de profundidad se vuelve azul. Tras el bañito, la comida y un rato de descanso antes de volver al agua que era un placer y más en un entorno de paredes verticales de roca coronadas por buitreras.
Del río subimos al monasterio y lo vimos por fuera porque estaba cerrado. ¡Qué pena de ruina! Tras la desamortización de Mendizabal, los que lo compraron por cuatro perras no se preocuparon de él. De hecho, sirvió como cantera para sacar sillares del siglo XI y XII y utilizarlos en casas de los pueblos vecinos y en obras públicas. Uno de los muchos desastres de la desamortización que arruinó mucho y no arregló la maltrecha economía nacional. No seguimos para no empezar a hablar de ineptos y sinvegüenzas que pretenden arreglar España.
De allí nos acercamos a la curiosísima ermita de San Olav, construida en hierro y madera por una asociación noruega en recuerdo de la princesa Kristina que en el siglo XIII se casó con un hijo de Alfonso X el Sabio y está enterrada en la antigua colegiata de Covarrubias. La ermita construida ya en este siglo XXI está colocada en el centro del Valle de los Lobos y recuerda al vikingo cristiano que con el nombre de Olav fue rey de Noruega.
Paseo por Covarrubias
De allí, pasamos a hacer un paseo por Covarrubias, la villa rachela, cargada de historia y de monumentos. Andy no lo pudo evitar y se volvió a meter al río Arlanza tirándose con una liana. Frente al famoso torreón de doña Urraca tomamos un refresco y charlamos un rato. De allí nos dirigimos a Mecerreyes, a visitar el museo del carnaval. Andy nos contó cómo son las tradiciones que se conservan en el pueblo y nos enseñó los disfraces típicos que tienen muy poco que ver con los de Venecia. Aquí todo tiene sabor rural y, en muchos aspectos, recuerda a la Edad Media.
Ya al caer de la tarde, volvimos a la furgoneta para dirigirnos a Burgos. No habíamos visto amanecer en Urbión (habrá más años), pero pasamos un bonito día de convivencia.